Jaime de Marichalar crea escuela

Alguien dijo que las frases lapidarias son los chistes de los filósofos. Quién le iba a decir al buenazo de Jaime de Marichalar, que hasta el príncipe Guillermo, heredero del heredero de Su Graciosa Majestad, iba a imitarle el día que comunicó a la prensa el nacimiento de su hijo, el heredero del heredero del heredero. Desconozco si, en ese momento, recordó las palabras que el gran Jaime de Marichalar empleó en las mismas circunstancias, cuando la emoción de convertirse en padre primerizo le invadió y traicionó devolviéndole a la realidad, sin paliativos: «El pobre se parece a su madre». También podía haber añadido... desgraciadamente.

Porque el príncipe Guillermo, ¿recordando a Jaime? Y una vez que le fue permitido ver el rostro del niño, exclamó: «Se parece a Kate gracias a Dios». Qué cantidad de tonterías decimos cuando la emoción nos invade. También verdades. Como las de Marichalar, las de Guillermo o las de la Reina Sofía. Su Majestad ha reconocido, con toda razón, que Felipe Froilán es el más borbón y, por ello, muy parecido a Elena, mientras Juan e Irene son urdangarines. Hablando de Pablo, el otro hijo de Cristina, dice: «tiene rasgos de espiritualidad y de sensibilidad, como Iñaki, su padre». Por el contrario, a su nieta Victoria la ve muy marichalar: «Tiene sentido de la armonía y disfruta con la música y el ballet».

Al hablar de los hijos de Felipe se equivoca reconociendo que Sofía, «aunque todavía es muy tiernecita, cuando la miro me recuerda a mis hijas a esa edad». Más bien va a ser que no, señora. La pequeña de Letizia se parece «la pobre» a la abuela Enriqueta. «En cambio, Leonor tiene algo mío». Está visto que Doña Sofía se queda con la más bonita, la más guapa. Que lo es.

Al hablar de Felipe, no puede ocultar su debilidad: «Se parece a mí. Cuando le miro sin que él se dé cuenta, me recuerda a mi padre, a su abuelo el rey Pablo. Felipe es de mi rama: un griego». ¡Toma ya, Juan Carlos!

Cuando yerra, de pe a pa, es al hablar de su yerno, Iñaki, con Pilar Urbano: «Es un hombre bueno, bueno, bueno, ¡buenísimo! Tiene un gran fondo espiritual y ... moral».

Pero Majestad, cómo puede decir tal real tontería. Que Dios le conserve la ingenuidad pero no se la incremente a riesgo de caer en la subnormalidad.